lunes, 6 de mayo de 2013

BRAIN HEART: Capítulo 2


Había estado frente a la ventana. Una hora, dos tal vez. El verdor de su mirada parecía opaco. No podía quitarse de encima la imagen fría y aterradora de los ojos de aquella chica, que aún apuntaban hacia algún lado. Sus pupilas dilatadas casi ocupaban todo el espacio que en realidad debía acaparar un color caramelo claro, ese que siempre brillaba cuando sonreía o hablaba de algo interesante. Pero no había luz. No había nada.

Y la imagen se había quedado congelada en su memoria. Estaba frente a sus propios ojos, que ya casi desbordaban lágrimas de desesperación. Nunca se había sentido así. El nudo en la garganta jalaba cada vez más de su laringe, y su boca parecía incapaz de generar saliva. Su respiración se hacía pesada y el cuerpo no respondía favorablemente a la idea que tenía en mente, la cual también se veía borrosa, porque no se decidía entre colocarla en sus brazos o salir corriendo a vomitar el desayuno. Las náuseas provocadas por el shock aún no pasaban. Las manillas del reloj se movían lentas y pesadas. Cada segundo bastaba para robarle el aire.

Lo que sí se le había ido de la cabeza y regresado hace dos segundos, es la cantidad de tiempo exacta que habían estado un grupo de personas que ella reconocía como forenses en la habitación de Helen. Prácticamente dos horas dentro, sin parar, porque había algo que no cuadraba… O sencillamente porque nadie tenía la más mínima idea de lo que había pasado.

- Puede que necesitemos su declaración- le dijo un hombre de piel morena que no superaría los 35 años, intentando ser lo considerado posible viendo el estado en el que Kate estaba.

-¿Qué pasará con su cuerpo?-musitó totalmente fría y desconcertada.

- Será llevado a la morgue del hospital general, allí está una de las mejores en este campo. La autopsia se le practicará lo más antes posible. Su cita es a las 3 en punto del jueves. Le recomendaría que no desaparezca ni salga de la ciudad hasta que terminen el interrogatorio y las investigaciones del caso- dijo casi raspando las palabras en su garganta.

Kate intentó prestarle importancia a la estúpida sospecha que ella había percibido vagamente del hombre que se paraba delante, pero ni siquiera podía mantener su vista fija en los ojos de esta persona. Parecía ver como el polvo se perdía en las ligeras corrientes de viento dentro de la sala del departamento. Las palabras ya no salían de sus labios. El frío del ambiente parecía haber amarrado sus cuerdas vocales como sogas, unas a otras, y al intentar desenredar el misterio, cada vez se perdía más en una idea nula y sin color.

- ¿Qué…? -Susurró sin quererlo.

Pero ya no había nadie allí. ¿Cuánto tiempo habría pasado? La desconexión con su cuerpo había sido tan fuerte y larga como para no darse cuenta que ya habían salido todos. La tarde había caído y sus ojos hinchados voltearon hacia la misma ventana, que aún permanecía cerrada. Debía salir de allí, porque empezaba a sentir escalofríos. Helen había muerto. Y la sangre había manchado su camiseta favorita, sus manos y zapatos nuevos. No pensó que, tal vez, ella sería por el momento, la principal sospechosa de esta extraña muerte. No pensó que la audición estaba ya perdida y que los segundos corrían más rápido de lo normal, que el día ya casi acababa pero la pesadilla iba a quedar tatuada en su recuerdo. No pensó el por qué, ni en qué momento se había metido en el contexto de terror que envolvía la escena. No pensó… Simplemente, corrió a casa.

Kate bajó las escaleras intentando borrar de su imagen todo lo ocurrido momentos antes. No quería pensar en nada… simplemente buscaba soledad. Cuando abrió la puerta para salir de la casa de Helen, vio que el cielo volvía a oscurecerse. De repente una gota calló por su mejilla, recorriendo su rostro hasta llegar al borde de su mandíbula, intentando resistirse a la fuerza de la gravedad aunque, finalmente, se precipitó al suelo… Kate miraba esa gota; en breves momentos el resto de sus compañeras se unirían a ella para dar otra noche de tormenta y lluvia. Siguió cada momento de esa gota: cuando llegó hasta ella,cuando repasó su cara y finalmente calló al vacío… "tal como lo hizo Helen", pensó. Todos somos como gotas de lluvia: nacemos de lo más profundo de una nube, de la condensación de esta, y nos precipitamos desde el cielo hasta el suelo en la trepidante aventura que llega a ser nuestra vida. Después, a medida que vamos llegando al final de nuestro camino, la velocidad es cada vez más y más fuerte hasta que, tarde o temprano, chocamos contra el final del trayecto que, depende cual sea, puede ser más o menos templado, cálido y tierno, una vida plena y feliz que tuvo su desenlace, como pudo haber sido la de aquella gota que calló en la sonrosada mejilla de Kate, o inesperado, doloroso y frío como un témpano como había sido la muerte de Helen.

Tras este breve periodo que no ocupó más de 30 segundos, Kate se vio en medio de la calle, recobrando de nuevo el sentido y, sobre todo, empapada por la sonora lluvia; hasta ahora, no se había percatado del estruendo que los relámpagos provocaban al llegar a Nueva York. Viendo que los faros de un coche se iban aproximando a su posición, Kate cruzó la mitad de la calzada, poniéndose a salvo en la otra acera, enfrente de su casa.

Paso a paso, sin importarle las gotas que cada vez iban cayendo con más fuerza, cruzaba el jardín hasta llegar a casa. Abrió la puerta, cruzó el umbral y la cerró lentamente. Cuando llegó al tramo de las escaleras, levantó la cabeza; todo el recorrido hasta el piso de arriba se le hacía un mundo así que empezó a caminar como si los pies le pesaran una tonelada. Paso a paso iba alcanzando y dejando atrás un escalón, hasta llegar al final. A medida que avanzaba, iba sujetándose a la barandilla con su mano, mojada por la lluvia, porque se sentía sin fuerzas para hacer aquel recorrido que hacía habitualmente sin ningún tipo de esfuerzo, pero hoy todo era distinto.

Llegó a la habitación con la intención de cambiarse de ropa y darse una ducha. Cuando llegó y vio el estado en el que se encontraba el dormitorio, recordó lo sucedido horas antes... Se imaginó a una doble de ella misma corriendo de un lado para otro, probándose un vestido, después otro y otro… Sus monísimos zapatos, combinando los pendientes con lo que ya llevaba puesto, mirando el reloj de vez en cuando y sobre todo, pensando en lo que haría después de vestirse: ir a casa de Helen. Sólo con pensar en eso, en Helen, un mar de sentimientos afloraron en sus ojos, estallando en un llanto muy profundo que no pudo evitar. Cerró la puerta de golpe, apoyándose en ella y resbalando poco apoco hasta caer en el suelo, a la vez que las lágrimas se desbordaban y empezaba a necesitar un par de pañuelos. A partir de aquí, sólo quería desahogarse porque, pensaba en Helen, en todo lo que representaba en su vida, en sus sentimientos y le hacía sentirse aún peor.

Después de un rato parecía que ya no le quedaban lágrimas, así que fue a la mesilla de noche, cogí un par de pañuelos y se secó las lágrimas y las mejillas. Aún con la ropa húmeda, bajó las escaleras para ir a la cocina, y pasó por el salón. Casi sin darse cuenta, vio que el piloto del teléfono estaba parpadeando, tenía algún mensaje en el contestador. Por un momento dudó en ir a ver quién podría haberle dejado el mensaje, pero finalmente fue a ver quién era. El primer mensaje era del director de casting de la audición diciéndole que, al haber faltado hoy, su prueba había quedado anulada.

- ¡Mierda! La audición– dijo en voz alta Kate, poniéndose las manos en la cabeza.

Pero ya no tenía nada que hacer, aquel prestigioso director de casting era muy reconocido, dado que era contratado por numerosos proyectos que resultaron ser un éxito y, lo más importante, por la estrecha relación que mantenía con algunos productores ejecutivos con jugosos proyectos llevados a la meca del cine, Hollywood, el sueño de Kate.

El segundo mensaje era de Richard. Preguntaba si podían quedar mañana para desayunar y así charlar largo y tendido, y también le deseaba buena suerte en el día de hoy – que irónico- y en la audición.

Sin pensárselo dos vece, Kate le llamó y le contó lo ocurrido. Después fue a la ducha, intentando en no pensar en todo lo sucedido hoy.

"Son las 8. Debe de estar a punto de venir" se dijo Kate intentando poner una buena cara delante del espejo, pero el espejo le devolvía una cara triste. Sonó el timbre. Kate se puso sus deportivas y bajó las escaleras. Llegó a la puerta y, a través de la mirilla vio quien era: Richard.

Abrió la puerta, entró y, sin mediar palabra, Kate se abalanzó sobre él abrazándole muy fuerte, hundiendo su cara en su cuello y empezó a llorar. Richard lo único que pudo hacer es corresponderle a ella, acariciando su espalda y diciéndole que lo sentía mucho. Pasaron un par de minutos, cuando Kate comenzó a salir de aquella fortaleza y se secó las lágrimas.

- Lo siento, es que… -intentó decir, pero las lágrimas empezaban a aparecer, así que Richard intentó cortar aquello.

- Tranquila, lo entiendo. Vamos a sentarnos y me cuentas que sucedió, ¿vale? – le dijo mientras señalaba con la cabeza el sofá; Kate asintió con la cabeza, mientras terminaba de secarse las lágrimas.

Los dos se sentaron y Kate empezó a hablar. Contó todo al pie de la letra: como le fue la mañana, que tenía prisa, que llegó a casa de Helen y ella no contestaba y que, desde luego, no se imaginaba lo que se encontró al final. Después la policía, los forenses, la citación. Todo le resultaba muy extraño y difícil, nunca había vivido la muerte de un ser tan cercano y querido. De vez en cuando paraban, hacían algún que otro descanso, pidieron un par de pizzas y la conversación se alargó hasta media noche.

- Bueno, creo que debería irme – dijo Richard, estirándose y con un gesto de cansancio – Es tarde– prosiguió.

- Rick – comenzó a decir cuando él se levantó – quiero pedirte un favor.

- Claro, dime – dijo él.

- ¿Te importaría quedarte hoy en casa? Es que no me encuentro muy bien – le pidió Kate.

- ¡En absoluto! –contestó Richard amablemente.

- Gracias, prepararé el cuarto de invitados – respondió con una sonrisa, la primera en tantas horas.

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