Un precioso
anochecer la envolvía, unos tonos violetas y rojizos jugaban en un cielo que
comenzaba a llenarse poco a poco de estrellas brillando en la inmensidad de la
incipiente noche de Vancouver. Se sentía segura entre sus brazos, protegida,
era una nueva sensación para ella el sentirse consentida y cuidada por otra
persona, y que fuese él quien la hiciese sentir así le gustaba. Se recostó en
su pecho y sus brazos la rodearon, haciéndola sentir en casa. Cerró los ojos
percibiendo su dulce y embriagador aroma, ese olor a Richard Castle que tanto
le gustaba. Sus dedos recorrían la forma del anillo que llevaba en la otra
mano, ese anillo que horas antes le había regalado tras unas tiernas palabras.
“Este anillo me hizo recordar a nosotros. Los delfines
son unos animales muy sociables que viven en grupo, necesitan del calor de los
suyos. Cuando comienza el período de apareamiento, los machos buscan a hembras
con las que comparten el resto de su vida, son animales de una sola pareja con
la que tienen a sus crías y envejecen juntos. Estos delfines enlazados son un
símbolo de amor, ese amor que te hace pensar en la felicidad de la pareja antes
que en la tuya propia, ese amor por el que arriesgas todo por la otra persona,
ese que hace que dos personas se fundan en una sola.”
Deposita su mano
encima de la de ella, impidiendo que pueda seguir haciendo círculos con su dedo
por alrededor del anillo, para entrelazar sus manos. Sus intensos ojos azules
la miran con dulzura y sus labios buscan los suyos con ternura, con delicadeza,
disfrutando de ese beso, convirtiéndola en magia. Se quedan apoyados frente con
frente, mientras sonríen como dos adolescentes locamente enamorados.
Desde el pequeño
sofá del balcón del hotel podían contemplar a sus pies la tranquila noche de
Vancouver que hacía su aparición sigilosamente dejándoles disfrutar de un
espectáculo de colores con la puesta de sol como protagonista, mientras los
escasos coches que aun circulaban por la ciudad iban desapareciendo uno a uno.
Recostada en su
pecho, dejándose acariciar por sus suaves y delicadas manos, su mente viajó por
cada momento compartido a su lado durante sus días en la ciudad canadiense y
agradeció la insistencia de su amiga porque fuera en su búsqueda.
Desde que su madre
muriera asesinada se había creado un mundo donde creía que podría ser feliz
sola, que no necesitaba a ninguna persona de forma permanente en su vida, son
embargo Castle le había hecho cambiar de opinión. Desde la primera vez que lo
vio en una de las presentaciones de su primer libro supo que tenía algo
especial. Por aquella época ella no era más que una niña y lo veía como alguien
inalcanzable que siempre iba rodeado de mujeres atractivas. Cuando años después
coincidió con él en un caso relacionado con uno de sus libros, su admiración de
adolescente había cambiado, ella misma había cambiado, pero aunque se lo negara
a si misma, le seguía despertando muchos sentimientos que estaban latentes,
dormidos en su interior. Con paciencia y cariño, Castle se fue ganando su
confianza y ese muro que ella misma levantó, comenzó a caer.
En estos días se
había dado cuenta de lo mucho que significaba en su vida, se había acostumbrado
a despertar en sus brazos, apretándola contra él para sentirla cerca, a su
forma de mirarla cuando creía que ella estaba dormida, a su dulce aroma, a sus
bromas y locuras que la hacían parecer un niño pequeño, pero sobre todo, se
había acostumbrado a sus constantes mimos y a sentirse querida.
- - ¿Qué piensas, Kate? – le aparta suavemente un mechón de pelo
de su cara y le da un dulce beso en la frente.
- - Recordaba estos días que hemos pasado juntos, me he perdido
mucho contigo estos cuatro años y ahora no quiero que pase el tiempo.
- - Aun me quedan unos días por Vancouver para terminar todas las
entrevistas, tenemos tiempo de disfrutar antes de volver al trabajo, cariño –
se acerca a sus labios para besarlos delicadamente y estrecharla entre sus
brazos mientras la luna se irgue imponente en el oscuro cielo azul.
- - Prométeme una cosa – le dice en sus labios.
- - Lo que sea, cariño.
- - Prométeme que no te separarás de mí más de lo necesario.
- - No podría separarme de ti aunque lo quisieses – le susurra al
oído provocando que un sutil cosquilleo la invada – Te quiero, Kate.
- - Y yo a ti, Rick.
- - Será que he esperado tanto tiempo para que dijeras eso que
ahora me parece un sueño. Vuélvelo a repetir, por favor – le dice en tono
juguetón.
Parecía un niño
pequeño entusiasmado ante un juguete nuevo de reyes. Él la había complacido
desde que fuera en su búsqueda, “así que una vez que lo complazca yo no está
mal” pensó.
- - Te quiero Rick – sus ojos se había oscurecido y su voz sonó
llena de lujuria, lo que no pasó desapercibido para él, que tras verla morderse
el labio se acercó y le mordió el labio inferior antes de comenzar un juego de
besos dando rienda suelta a la pasión.
En la sala de
descanso, Espósito y Ryan miraban perplejos como Gates luchaba con el debate
que se estaba librando en su interior.
Julian, el joven
licenciado en Bellas Artes, experto en reconstrucciones faciales de la
comisaría, se había encargado de realizar el retrato robot de la persona que el
portero de Smith había visto subir al edificio de éste. Cuando Ryan y Espósito
recibieron el dibujo, decidieron hablar con Gates en un lugar alejado del resto
de compañeros.
Gates hacía círculos
alrededor de la sala sujetando en una mano temblorosa el dibujo que no era
capaz de volver a mirar.
- - Esto no puede ser, debe haber un error.
Era lo único que
había sido capaz de decir cuando los detectives se lo entregaron, aun sabiendo
que trabaja con el mejor equipo de Nueva York y los errores están descartados.
Sabía que las
personas cambian y que el Rob que ella recordaba podía no ser el mismo de
ahora, pero se negaba a creerlo, quería pensar que solo era una absurda broma
del destino que lo había llevado a estar en el lugar equivocado en el momento
equivocado.
Recordaba como aun
siendo una novata, Rob le había protegido en los casos que había llevado,
cubriéndola, siendo su leal compañero, no se había separado de su lado durante
los años que estuvo en la comisaría de California, le animaba a seguir sus
instintos, le enseñó a entender que en
ese trabajo que realizan a diario no siempre se gana pero que eso no quiere
decir que sean mejores o peores en su trabajo, sino que viven en un mundo lleno
de injusticias donde a veces la maldad sale impune y su trabajo consiste en
tratar de hacer un mundo más justo.
No quería plantearse
la posibilidad de lo que para todos comenzaba a ser una duda razonable, no
quería creerlo, pero no podía dejarse guiar por sus sentimientos, no podía ser
participe de una injusticia, debía trabajar como si de un caso más se tratase,
al margen de lo que sus sentimientos y su corazón le dictase.
Rob había sido
participe desde sus inicios como detective de todos los detalles referentes al
caso de Joahnna Beckett, tenía tanta información como ella había podido
conseguir en sus inicios. “Pero, ¿qué relación tiene Rob con todo este caso?”
se preguntó. Mientras seguía caminando podía notar las miradas de los
detectives estudiando cada movimiento que hacía. Entonces su mente viajó hasta
una fotografía que había visto entre sus informes del caso de Joahnna. Con paso
decidido, salió de la sala de descanso, con Espósito y Ryan pisándole los
talones, hasta su despacho. Abrió el cajón cerrado con llave donde tenía los
informes y allí estaba. Una fotografía de unos 10 años atrás apareció antes sus
ojos.
- - ¿Ocurre algo? – le preguntó Ryan con un tono que denotaba
preocupación.
Gates parecía no
haberle escuchado y siguió mirando la imagen.
El alcalde aparecía en el centro de la fotografía realizada con motivo
de las elecciones de ese año, en el ayuntamiento de Nueva York. Todo sería
normal si no fuese por un pequeño detalle: al fondo de la sala, un hombre de no
más de 40 años se dirigía a la salida, vestido de manera informal como si
quisiese pasar desapercibido, pero el hecho de que ella le conociese tan bien
hacía que fuese fácilmente reconocible a sus ojos, sin duda era Rob con 10 años
menos.
Perpleja ante el hecho
de que apareciese en la fotografía del alcalde, consciente de la posibilidad de
una conexión entre ambos, le tendió la imagen a Ryan y Espósito que permanecían
atentos a cualquier movimiento que hiciese o cualquier palabra que dijese.
- - Este es un tema delicado que quiero que llevéis con la máxima
discreción. Investigad cada paso de Rob desde la muerte de Joahnna Beckett,
todos sus contactos, estudiad sus cuentas y fijaros en cualquier cantidad o
movimiento sospechoso, investigad a sus familiares y su círculo de amigos,
necesito saber si tengo algún motivo para creer que Rob es un asesino. Tened
cuidado con la información, Rob es un hombre perspicaz y si descubre que
tramamos algo no dudará en averiguar de qué se trata. Debemos ser cuidadosos y
minuciosos con esta investigación.
Sin saber muy bien
que decir, ambos asintieron y se marcharon a sus mesas, poniendo en marcha la
investigación.
El sonido de las
hojas al ser movidas por el viento lo despertó, estaban en al balcón de la
habitación donde se habían quedado dormidos abrazados, cubiertos por una
pequeña manta. Con cuidado de no despertarla, la tomó entre sus brazos y la
dejó en la cama, acostándose junto a ella, apretándola contra su pecho. Besó su
mejilla y se quedó dormido junto a su musa.
Protegida entre sus
brazos, no quiso abrir los ojos y se hizo la dormida, sintiendo el calor de su
cuerpo. Sus brazos la rodeaban impidiéndole hacer cualquier movimiento sin que
él se diese cuenta. Con cuidado se separó de sus brazos y se fue hasta su bolso
de donde, con cautela, sacó un libro titulado “Stanley Park”. Sabía que Richard
la había buscado por Vancouver esos días y no la había encontrado, así que
cuando paseando por Granville la vio, dejó a Castle eligiendo los regalos para
su madre y su hija y ella fue a comprarlo con cuidado de que no se diese
cuenta. Se trataba de una novela escrita por el conocido Timothy Taylor. Junto
al libro, que dejó en la mesita de noche de Castle para que fuese lo primero
que viera al despertar, un bolígrafo de pluma negra con la palabra ALWAYS
grabada resplandecía en la habitación. Tras colocarlo todo, volvió a la cama
entre sus brazos quedándose profundamente dormida mientras su respiración
pausada jugaba con su cuello haciéndole cosquillas y su calor corporal la
acurrucaba.
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